A veces hay que mirarse en el espejo de otra persona para ver la realidad de lo que refleja también el nuestro. La imagen que proyectamos de nosotros mismos está totalmente distorsionada bajo el prisma digital y virtual que impone la conectividad a través de las redes sociales. Esa mirada atenta, critica y voraz de la red hace que la percepción de nuestra identidad se convierta en un juego de espejos, donde cada interacción y cada «me gusta» moldean no solo cómo nos vemos, sino también cómo nos ven los demás. En este contexto, la construcción de nuestra imagen personal a menudo se basa en comparaciones con las vidas cuidadosamente creadas de otros, lo que puede llevar a una distorsión aún mayor de nuestra propia realidad.

Es fundamental cuestionar el impacto que la tecnología tiene en nuestra autopercepción y en nuestras relaciones. Mirarse en el espejo de otra persona no debería ser un acto de comparación, sino una oportunidad para el aprendizaje y la empatía.

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