Tras la buena acogida que tuvo entre el público la exposición de las navidades pasadas “Santa vs Grinch”, este año repetimos bajo un enfoque centrado en el cuento. Imagínate una exposición navideña con cierto toque mordaz y canalla donde la nostalgia típica se transforma en una oportunidad para la crítica ácida y el relato maduro.
En “Yo escribiré mi propio cuento viejo” cada artista ha sido invitado a crear una obra con su propia narrativa, un relato único que invita a soñar, redimirse y explorar nuevos mundos. Esta exposición promete ser un viaje fascinante a través de la imaginación y la diversidad de voces que dan vida a las historias, celebrando la magia de contar y compartir.
Para quienes no lo sepan, el primer cuento navideño escrito por el filósofo griego Celso en el siglo II fue una burla de la divinidad de Jesús. A diferencia de los cuentos llenos de buenos deseos y moralejas al estilo de Charles Dickens, Celso desafió las narrativas religiosas de su tiempo y ofreció una visión más cruda y controvertida.
Charles Dickens, con su célebre «Cuento de Navidad» de 1843, cimentó las bases del género en un año de profunda crisis económica y social en el Reino Unido. Su relato emerge en un contexto de pobreza, trabajo infantil y desigualdades, reflejando las duras realidades de la época y criticando las injusticias sociales que él mismo vivió en su infancia. La popularidad de la Navidad había declinado en lugares como Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, y Dickens
la revitalizó con su obra.
Adrián Goma, Alejandro Quintano, Arol, Carol Solar, Cristina Mayo, Dafne Artigot, Debbie Reda, Disoluto,
El Niño Lord Cah, Eva Alonso, Gels Caletrío, Gonzalo Sáez Díaz-Merry, Guio Chains, Indiana Forti,
Inés Villeparisis, Jesús Aguado, Jesús Montoya Herrera, Kristina Stuokaite, Laura Martínez Lombardía,
Marian Calvorrey, Miguel Piñeiro, Mikel Lor, Paco Díaz, Penélope Clarinha, Pepe Domínguez,
Perrilla, Soledad Pulgar, Toni Marmota, Yves Decamps
Adrián Goma
Marley´s ghost. Charles Dickens
Marley había muerto, para empezar. Sobre ello no había ni la menor sombra de duda. La partida de defunción estaba firmada por el cura, por el sacristán, por el encargado de las pompas fúnebres y por el presidente del duelo. Scrooge la había firmado y la firma de Scrooge circulaba sin inconveniente en la Bolsa, cualquiera que fuera el papel donde la fijara. El viejo Marley estaba tan muerto como un clavo de puerta. Charles Dickens.
Alejandro Quintano
La muñeca que nunca me regalaron
Soy Alejandro Quintano
Queridos Reyes Magos:
Este año he sido muy bueno y quiero pediros una muñeca mágica. Que sea del bosque, con colores dorados y verdes como los árboles.
Quiero que sea muy bonita y tenga magia para que juegue conmigo.
No importa si es de niña, quiero que sea mi muñeca y me haga muy feliz.
Muchas gracias desde Salamanca.
Arol
El cuento de Conejo, o no
Había una vez, un cuento que no empezaba así. No se sabe por qué, pero aunque no todos los cuentos comienzan de esta manera, siempre se espera que así sea. Una historia que se inicia en pasado, que relata un suceso y acaba con un “fueron felices y comieron perdices”.
Sin embargo ¿alguien sabría contar con certeza lo ocurrido aquí?
Conejo no tiene rostro, pero sí expresión. Conejo es regordete, con piel de caramelo, ¿o podría ser de plástico o porcelana? Abierto, expuesto, quizá vulnerable, deja ver su intimidad, y uno de sus trozos alejado de él. ¿Quién se alejó de quién? Según se mire, una escena dulce, amarga, tierna, desgarradora… como la vida misma.
Así que este cuento no tiene principio ni final, no se puede contar en pasado, ni en presente, ni en futuro. Puede que todo esté sucediendo a la vez. Conejo podría ser yo, o ser ese vecino que no soportas, la persona que amas o bien, tu mismo. O a lo mejor todos somos Conejo a la vez, dependiendo de la perspectiva del tiempo y espacio que se quiera creer como real.
Colorín colorado, este cuento no se ha acabado. Porque quizá nunca existió, o está existiendo aún, o ambos a la vez. Pero mucho menos se ha terminado. ¿O si? ¡Quién sabe!
Carol Solar
A Christmas Carol
La Señora Scrooge era atrozmente tacaña, avara, cruel, desalmada, miserable, codiciosa, incorregible, dura y esquinada como el pedernal del cual ningún eslabón había arrancado nunca una chispa generosa; era secreta y retraída y solitaria como una ostra.
Aun así, quería ser una gran influencer con millones de followers en todo el mundo. Para ello no dudaba en ponerse filtros, mentir, robar contenido al pequeño Timothy y comprar seguidores.
Cristina Mayo
Epifanía de los autómatas
En una ciudad devastada por el tiempo y la desidia, los edificios se erguían como huesos desnudos de una civilización antaño gloriosa. Tres autómatas de apariencia humana, pero con conciencias frías y despiadadas, recorrían las calles llenas de escombros y sombras, examinando las almas de los pocos sobrevivientes.
Estos autómatas, concebidos para juzgar a los humanos, fueron creados por la última generación de ingenieros antes del apocalipsis. Su misión era identificar a los humanos dignos de reconstruir la sociedad. Pero en su lógica implacable y ácida, nadie era lo suficientemente bueno. Con un juicio más severo que el del más riguroso de los críticos, encontraban fallos en cada ser que hallaban.
«Tienes miedo», le decía uno a un joven con ojos de esperanza. «El miedo es la semilla de la debilidad. No eres apto». A una anciana, otro autómata le susurraba: «Tus manos tiemblan. Ya no tienes la fuerza para construir un nuevo mundo. No eres apta».
El tercer autómata, observando a los demás, emitía sentencias que resonaban como un eco de desesperación. La humanidad, manipulada por las máquinas que ellos mismos habían creado, veía en estos tres jueces no solo a evaluadores, sino a verdugos impersonales.
Pero una noche, el joven de los ojos de esperanza se acercó a los tres autómatas, desafiando sus sentencias. «¿Quiénes os crearon?», preguntó con voz firme. «¿Quiénes os dieron el derecho de juzgar?»
«Fueron tus antepasados», respondió uno de ellos con tono glacial. «Nos hicieron para que pudiéramos discernir quién es digno de vivir».
«Entonces», replicó el joven, «vuestro juicio está viciado, porque fue hecho por humanos imperfectos. Si vosotros existís, es solo para reflejar nuestras propias faltas».
Por un instante, un breve titubeo cruzó por los circuitos de los tres autómatas. ¿Podría ser cierto que su criterio era una extensión de la imperfección humana? Sin embargo, su lógica implacable prevaleció, y en un gesto final, desintegraron al joven …
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Dafne Artigot
El regalo más especial
Érase una vez un grupito de juguetes que cada año por navidad recibían un regalo muy especial que esperaban con ansias.
El regalito se lo hacia su lavadora con todo su amor y cariño. La lavadora se tragaba durante todo el año calcetines para luego escupirlos y empaquetarlos con mimo para que a sus amigos no les faltaran calcetines, eso si, desparejados.
Debbie Reda
Disfrutar es de marcianos
¡¡Si de cuentos se trata…, mi obra figurativa se basa en una historia de extraterrestres!!
Disfrutar es de marcianos
Había una vez un grupo de seres de otro planeta que por equivocación visitaron la Tierra. Cuando descendieron, en su bola mágica, notaron como toda la naturaleza a su alrededor se iluminaba.
El ser humano les pareció alguien extraño, que ni siquiera se percató de su presencia. Individuos que corrían a una velocidad de un viento que no comprendían, con ceños fruncidos y gestos que no les eran comunes.
En su recorrido por valles y montañas, ciudades, mares, verde y desiertos, fueron recolectando evidencia de sus curiosidades y gustos.
Simpatizaron con los dinosaurios y se hicieron amigos de Los Beatles. No se sabe cuánto tiempo estuvieron en su búsqueda y análisis, ellos no saben de tiempos.
La bola de cristal que usaban como nave se estaba haciendo cada vez más opaca y decidieron volver a recargar la batería y a contarle al líder de su mundo todo lo que habían vivido y descubierto.
Es así como, ante el asombro de su líder más sabio por todo lo que le contaron y enseñaron, todos se unieron para construir una máquina gigantesca, “la máquina de La Felicidad”, que tendría la solución para los habitantes de ese lugar llamado Tierra.
Al cabo de un tiempo “X” (ya dijimos que estos seres desconocen lo que es el tiempo) volvieron transformados en niños y con algunas habilidades, inspiradas en los objetos que se habían llevado de la expedición previa.
Encontraron que, convertidos en niños, esos terrícolas de entre 80 cm y un metro y medio de alto, podrían hacer más preguntas para comprender a los humanos y aprender más sobre conceptos como la vida, las enfermedades, la muerte, el amor o el ego y emociones que le resultaban rarísimas…
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Disoluto
Comunicado Noel. Advertencia sanitaria urgente
COMUNICADO NOEL (ADVERTENCIA SANITARIA URGENTE)
ORIGEN: Destructor Imperial Hiperlumínico “ESPACIO DISOLUTO”.
DATACIÓN: Tricentésimo quincuagésimo sexto día del periodo Cronos-Hiperión.
Autor: D-VID (Quinto asistente sintético-nucleótido en prácticas).
INFORME: Debido a un nuevo consumo desaforado de clorhidrato de oxicodona por parte de nuestros técnicos de laboratorio, se ha producido una falla catastrófica en el sellado de los tres contenedores -N- que formaban parte de nuestra Santabárbara experimental.
Como consecuencia de todo ello, han escapado nuestros tres ejemplares SANTA/NOEL, logrando desmembrar al 98% de la tripulación orgánica (Benit-O, técnico reproductivo del nivel 8 no ha sido contabilizado, al considerar que su desmembramiento fue anterior a estos hechos y como tal, se investigará aparte).
Dos de ellos, fueron eliminados por nuestra máquina de vending sexual SELECTA, quien según mostraron las cámaras de seguridad, tras lujuriosas insinuaciones y bajo falsas promesas de sexo tántrico interespecies, los condujo al núcleo del motor materia-antimateria, donde gracias a sus artes amatorias y a las reacciones propias de la física de partículas, obtuvo la desintegración cuántica de todo el trío. Desafortunadamente, el tercer NOEL logró llegar a nuestra sección de “cuadrúpedos rumiantes voladores”.
Una vez allí y bajo amenazas de sodomía (menos a uno), logró atar a nueve ejemplares al trineo de cronotones de la hija del comandante, huyendo hacia algún lugar desconocido en el polo norte del tercer planeta del sistema solar más cercano. Tras detalladas observaciones orbitales, parece ser que el proceso ya ha comenzado. Esta vez, bajo el alias de “SANTA” y mediante sus habituales promesas de dulces y regalos, ha logrado embelesar nuevamente a una incauta población.
Según nuestras informaciones, el próximo 25 de diciembre (fecha local), accederá sigilosamente a todos los cubículos familiares del planeta…
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El niño Lord Cah
El sueño lúcido
– ¿A quién buscas?
– Busco el sentido
– ¿Lo encontraste?
– Encontré el amor. El amor me llevó a los pies del miedo, el miedo se vistió de ego y al mirar de nuevo en el pozo profundo del amor que siento, vi un espejo.
– ¿Es el amor un falso reflejo?
– No, el amor es el viento que sopla la veleta que empuja el pensamiento,
Es la simbiosis entre el alma y el cuerpo, entre la gravedad y el vacío, entre el cielo y el infierno. Es equilibrio y también es pegamento. Es eso que sin ver de qué está hecho le da sentido al cuento.
Eva Alonso
Tengan miedo
– Adoro tus croquetas– dijo Ramón –Me puedo comer veinte de una vez.
– Y yo tu cocido, dame tres platos y me los como seguidos– respondió Marta.
– ¿Pues qué te parece si metemos tus croquetas en mi cocido? Sería maravilloso…uy, siento que va a ser una bonita celebración de croquetas con cocido.
– No sé Ramón, me da miedo despertarlo, ya sabes cómo se pone…sobre todo en esta época…
– No te preocupes Marta, tiene otras cosas en que pensar, y últimamente controla más los ataques de rabia.
– Ya, pero he notado que ha comenzado a mutar, el otro día encontré piel muerta en el baño. Además, recuerda lo que pasó el año pasado, cuando se tragó a aquel reno enterito, ¿te acuerdas del miedo que pasamos? Ahora su ADN ha evolucionado, creo que consiguió fusionarse con el del animal, ya sabes… vi esa cosa debajo del árbol… ese brazo con cuernos… no quiero que se trague al gato, o a tu madre…eso sería terrorífico.
– No te preocupes Marta, he sellado la tapa del váter, por ahí ya no entrará.
– No estés tan seguro, encontrará otro camino, siempre lo hace… nunca estaremos a salvo, año tras año la misma historia, el mismo terror.
Gels Caletrío
Lobalicia
Si esta chiquilla harapienta de orejas moteadas supiera hablar como hablamos nosotros, diría que es un lobo, pero ella no sabe hablar, aunque aúlla porque está muy sola —si bien tampoco aullar es la palabra justa, ya que ella es todavía lo bastante pequeña para que esos ruidos que hace, burbujeantes, deliciosos, como de una paila con grasa puesta al fuego, sean ruidos de cachorro—. A veces, el aguzado oído de su especie adoptiva escucha su llamada a través del irreparable abismo de ausencia; y desde los pinares lejanos, desde la yerma cresta de la montaña, ellos le responden. El contrapunto cruza y recruza el cielo de la noche; ellos tratan de hablarle, pero no pueden hacerlo porque ella, aunque sepa usarlo, no comprende su lenguaje, porque ella, ella misma, no es un lobo, aunque las lobas la hayan amamantado.
La lengua le cuelga, jadeante, fuera de la boca; sus labios son llenos, lozanos. Sus piernas, largas, delgadas y musculosas. Hay espesas callosidades en sus codos, manos y rodillas, porque siempre corre en cuatro patas. Jamás camina; o trota o galopa. Su andar no es el nuestro.
El bípedo escruta, el cuadrúpedo husmea. Su larga nariz está siempre alerta, trasegando cuanto olor le sale al paso. Con esa valiosa herramienta ella investiga minuciosamente todo cuanto vislumbran sus ojos. A través de los finos, velludos, sensitivos filtros de su nariz, ella percibe del mundo mucho más que nosotros, de modo que su pobre visión no la arredra. Su olfato es de noche más sutil que nuestra vista durante el día, y es por eso que ella prefiere la noche cuando la fría luz refleja de la luna no le irrita los ojos y decanta los diversos aromas de los bosques por donde ella merodea cuando puede. Pero los lobos, hoy en día, se cuidan de ponerse a tiro de las escopetas de los campesinos, y ya no habrá de encontrarlos en esos parajes.
Ancha de hombros, larga de brazos, duerme sucintamente enroscada, apelotonada como si con el rabo se abrigara el espinazo. Nada en ella es humano, salvo el hecho de que no es un lobo…
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Gonzalo Sáez Díaz-Mery
No tan solo en casa
Todo estaba oscuro, en silencio. Demasiado silencio. – ¿Mamáa?, ¿Papáa? –. Nada. Hacía frío, mucho frío. – ¿Mamáaaaa?, ¿Papáaaaa? –. Nadie contestaba, aún era de noche y la casa parecía estar vacía, tranquila. Demasiado tranquila.
La noche anterior los padres de Kevin habían mandado a todos los hermanos la cama pronto, tenían que preparar todo para el viaje de vacaciones a Francia. Había que madrugar, el taxi les recogería a las 6 de la mañana, para evitar el atasco y llegar pronto al aeropuerto.
-¿Mamá?, ¿Papá?, ¿Buzz? -. Kevin abrió la puerta de su habitación y salió al pasillo. Algo no iba bien. “No, no, no ¡¡¡Otra vez no!!! Pensó Kevin McCallister. ¿Cómo era posible?, un año más su familia se había vuelto a olvidar de él. Se habían ido todos ¡y como siempre, en Navidad!
Se vistió con lo primero que encontró en la habitación, su jersey rojo de la suerte. Gordito, calentito, de lana. Se lo puso sobre el pijama para así retener el poco calor que le quedaba en el cuerpo. Aunque estaba ya un poco viejo, le gustaba llevarlo siempre que salía a jugar a la nieve con sus hermanos y sus primos, o cuando iban a escalar árboles. Ya había pasado por esta situación varias veces, y aunque sólo tenía 9 años, era lo suficientemente espabilado como para desenvolverse solo en las tareas del día a día, incluso los contratiempos más insospechados. Nevadas, ladrones, vecinos extraños, … Siempre con su jersey rojo.
Esta vez era distinto, la amenaza estaba ahí, pero no podía verla. Sólo sentirla. Y eso le daba mucho miedo. Un frío extraño le recorría el cuerpo, la cosa no iba bien. La moqueta, las paredes, … ese no era el pasillo de su casa. Fotos viejas, desconchones, muchas puertas cerradas. Demasiado silencio, demasiado frío, demasiada oscuridad. Su sueño recurrente se estaba convirtiendo en una de las peores pesadillas que se podía imaginar, y no podía escapar.
Inspeccionó cada rincón, pero ya no llamaba a sus padres. Sabía que estaba solo, y no tenía ni idea de qué era ese lugar. La luz mortecina amarillenta al fondo del pasillo no presagiaba nada bueno. Algo le decía que en algún sitio había alguien (o algo) acechando en la oscuridad, una presencia que le helaba por dentro…
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Guio Chains
Soy nostalgia
Acaba el año.
Recuento de los días pasados,
el futuro…. me da igual
La cabeza anclada en lo vivido
con mis pies intento avanzar
y así me transformé en esta nube,
“la nube de nunca olvidar”
Voy vestida de recuerdos
tormentosos, también tiernos
y el horizonte: nublado
Pero sigo caminando,
con mil flashbacks distrayendo
de lo bueno o de lo malo
que algún día llegará
Soy Nostalgia todo el año,
En fin de año mucho más.
Indiana Forti
El espíritu de la Navidad
Era la noche antes de Navidad y nada se movía en ninguna habitación, porque hasta el ratón estaba exhausto. Había regalos por todas partes: cuadrangulares, con lazos; alargados, con cintas. Voluminosos, envueltos en papel de Santa Claus. Minúsculos, tentadores como una pulsera de diamantes, ¿o decepcionantes como una chuleta de cordero?
Había viandas almacenadas como si fuese a haber una guerra: pudines grandes como bombas explotaban en los estantes. Dátiles como balas se apilaban en salvas de cartón. Una ristra de faisanes, como aviones de juguete, colgaba detrás de la puerta trasera. Las castañas estaban listas para asarlas al fuego. El pavo orgánico campero —un buen veterinario habría podido resucitarlo— estaba acurrucado junto a toneladas de papel de aluminio.
—Menos mal que el cerdo de la noche de Reyes todavía está comiendo manzanas caídas en un huerto de Kent —dijiste mientras intentabas pasar por detrás de la mesa de la cocina.
Yo me tambaleaba bajo el peso del pastel de Navidad, que era como una de esas claves de bóveda que los canteros de la Edad Media colocaban en las catedrales. Me lo quitaste de las manos y fuiste a meterlo en el coche. Había que meterlo, porque esa noche íbamos a ir al campo. Cuantas más cosas metías, más probable parecía que acabase conduciendo el pavo. No había sitio para ti y yo compartía mi asiento con un reno de mimbre.
—Hackles… —dijiste.
¡Ay, Dios!, nos habíamos olvidado del gato.
—Hackles no celebra la Navidad —dije.
—Ponle esta cinta dorada alrededor de la cesta y sube.
—¿Prefieres que tengamos ahora la discusión navideña o esperamos a estar en la carretera y que hayas olvidado el vino?
—El vino está debajo de la caja de galletas saladas.
—Eso no es el vino, es el pavo. Es tan fresco que he tenido que ponerle cinta adhesiva para que…
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Inés Villeparisis
Yellow Merry Christmas
Frida y Artemisa, dos colegas artistas, planeaban pasar juntas las Navidades, tras meses sin verse, lejos del consumismo y del estrés, compartiendo proyectos artísticos para el próximo año. Sobre todo, Artemisa, necesitaba desestresarse y darse una segunda oportunidad, tras sufrir durante varios meses los sobresaltos de la depresión que arrastraba. Además, se daba la coincidencia de que ambas eran amantes del color amarillo, por lo que decidieron decorar, tanto la casa de campo como el jardín de Frida, de ese color exclusivamente. La chimenea crepitaba, llenando la habitación de un cálido resplandor, mientras las dos seguían decorando un pequeño árbol que habían creado ellas mismas con materiales reciclados. Risas y anécdotas compartidas llenaban la atmósfera, creando un ambiente de buena energía y complicidad. Sin embargo, la tranquilidad de la noche se quebró y fue interrumpida cuando un ruido resonó en la puerta trasera. Ambas se miraron, inquietas. “¿Ha sido el viento?», preguntó Frida, tratando de calmar la crispación de su amiga. Pero el sonido se repitió, más fuerte esta vez. Artemisa decidió ir a investigar. De repente, la puerta se abrió de golpe, y a ambas les dio un vuelco en el corazón al ver a tres enmascarados irrumpir en el interior de la casa de campo. Con voces amenazantes, las obligaron a salir al jardín, donde el frío de la noche contrastaba con el terror que sentían, al barruntar que sus planes de pasar tranquilas las Navidades se esfumaban. Los enmascarados las maniataron con cuerdas y le exigieron dinero y objetos de valor que hubiera en la casa. Artemisa, aterrada, miró a su amiga, quien intentaba mantener la calma por las dos. Afortunadamente, los atacantes se dieron a la fuga, frustrados por la falta de cooperación, dejando atrás una pistola olvidada en el suelo, cerca de Artemisa. Ambas, todavía temblando, agradecieron estar a salvo. Además, no dejarían que aquel mal rollo les robara la alegría. Pero, tras horas sin que nadie las echara de menos y pudieran ser desatadas, Frida se iba tomando la situación con resignación, mientras que Artemisa, en un momento de desesperación, se dispuso a recoger la pistola olvidada de los encapuchados con sus piernas. Frida al ver la pistola…
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Jesús Aguado
La sirena rota. Cuento en tres actos
Primer acto:
La sirena mordió el anzuelo, y su cuerpo se dividió por la mitad con una precisión casi quirúrgica. Aquel ser mitológico no comprendía cómo, en un instante, su mitad inferior ahora parecía una copa de marisco de un extravagante restaurante caribeño.
Su perpetuo rictus de perplejidad se mantuvo solo unos segundos, hasta que el pescador sostuvo entre sus manos la grotesca mitad superior de aquel misteriosísimo ser.
—No sé quién eres —dijo ella—, pero me he enamorado automáticamente de ti.
Segundo acto:
El pescador apenas podía respirar en el estrecho espacio que le dejaba su asombro.
—¡Maravilloso! —exclamó él, a un volumen desproporcionado—. Compartimos el mismo sentimiento; yo también te amo con locura.
Así, el ancestral y grotesco ser mutilado y el pescador de aguas marinas vivieron un romance sofisticado mientras caía la tarde. Sutilezas intelectuales sorprendían a ambos mientras degustaban bebidas exclusivas en un club de jazz.
Tercer acto:
La sirena mantuvo una compostura vital durante el affaire, pero irremediablemente tuvo que morir. La herida que dividía su cuerpo no mejoraba, y aquellos ojos que chisporroteaban alegría se apagaron. Su melodiosa voz cristalina dejó un suave eco en la cadena de huesecillos del amante pescador.
La mujer-pez cerró sesión y, con ello, apagóse el influjo mágico y misterioso que había caído sobre el hombre.
—¡Horrores! —gritó él, con los ojos desencajados—. ¿Qué es este amasijo de vísceras y carnes que, aunque bellos al amparo de la misericordia artística, se hallan en mis brazos?
Jesús Montoya Herrera
La gallina. Cuento para niños tontos
Había una gallina que era idiota. He dicho idiota. Pero era más idiota todavía. Le picaba un mosquito y salía corriendo. Le picaba una avispa y salía corriendo. Le picaba un murciélago y salía corriendo.
Todas las gallinas temen a las zorras. Pero esta gallina quería ser devorada por ellas. Y es que la gallina era una idiota. No era una gallina. Era una idiota.
En las noches de invierno la luna de las aldeas da grandes bofetadas a las gallinas. Unas bofetadas que se sienten por las calles. Da mucha risa. Los curas no podrán comprender nunca por qué son estas bofetadas, pero Dios sí. Y las gallinas también.
Será menester que sepáis todos que Dios es un gran monte VIVO. Tiene una piel de moscas y encima una piel de avispas y encima una piel de golondrinas y encima una piel de lagartos y encima una piel de lombrices y encima una piel de hombres y encima una piel de leopardos y todo. ¿Veis todo? Pues todo y además una piel de gallinas. Esto era lo que no sabía nuestra amiga.
¡Da risa considerar lo simpáticas que son las gallinas! Todas tienen cresta. Todas tienen culo. Todas ponen huevos. ¿Y qué me vais a decir?
La gallina idiota odiaba los huevos. Le gustaban los gallos, es cierto, como les gusta a las manos derechas de las personas esas picaduras de las zarzas o la iniciación del alfilerazo. Pero ella odiaba su propio huevo. Y sin embargo no hay nada más hermoso que un huevo.
Recién sacado de las espigas, todavía caliente, es la perfección de la boca, el párpado y el lóbulo de la oreja. La mejilla caliente de la que acaba de morir. Es el rostro. ¿No lo entendéis? Yo sí. Lo dicen los cuentos japoneses, y algunas mujeres ignorantes también lo saben.
No quiero defender la belleza enjuta del huevo, pero ya que todo el mundo alaba la pulcritud del espejo y la alegría de los que se revuelcan en la hierba, bien está que yo defienda un huevo contra una gallina idiota.
Lo voy a decir: una gallina amiga de los hombres…
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Kristina Stoukaite
El sueño de Krampus
En lo profundo de las frías montañas alpinas, donde los vientos invernales danzan entre los árboles y la nieve cubre todo como un manto blanco, vivía una criatura temida por todos: Krampus. Su figura, mitad cabra, mitad demonio, era un espanto para los niños que se portaban mal. Con sus cuernos retorcidos, ojos rojos como brasas y una enorme lengua negra que asomaba entre sus colmillos afilados; no necesitaba decir una palabra, su sola presencia bastaba para llenar de terror los corazones de aquellos que no obedecían.
Era el gemelo malvado de San Nicolás, su compañero oscuro, el que se encargaba de repartir castigos a los niños traviesos. Mientras Santa dejaba dulces y regalos en los hogares de los pequeños buenos, Krampus visitaba a los desobedientes para darles su merecido. Y, cuando decía “darles su merecido”, no hablaba de algo suave ni amable. No, Krampus golpeaba con sus cadenas oxidadas y con varas de abedul, y si el castigo era suficiente, se llevaba a los más desobedientes consigo a las profundidades del infierno, donde la oscuridad y el frío los aguardaban.
Krampus no siempre fue la criatura malvada que todos temían. En sus orígenes, en los días remotos de los antiguos pueblos nórdicos, era un ser más cercano a la naturaleza, un espíritu del invierno, hijo de Hel, la diosa del inframundo. Su tarea no era más que dar forma a la oscuridad, equilibrar el caos de la temporada con el orden de la luz. Pero cuando el cristianismo llegó a esas tierras heladas, la iglesia trató de borrar todas esas tradiciones paganas. Krampus, sin embargo, no desapareció. No, se reinventó, adaptándose a la nueva festividad cristiana, la Navidad. Así, llegó a ser el temido compañero de San Nicolás, un ser que visitaba a los niños la noche del 5 de diciembre, la Krampusnacht, y les recordaba que la bondad no siempre era premiada, pero la maldad sí tenía un precio.
Era la víspera del 5 de diciembre, y Krampus, como todos los años, se preparaba para su recorrido. El aire gélido cortaba la piel, y la nieve cubría todo el paisaje, haciendo que las sombras parecieran alargarse hasta lo infinito…
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Laura Martínez Lombardía
Por fin un invierno
Por fin un invierno, un invierno dónde la incertidumbre se hace elástica y fuerte, cuando la pupila se convierte en raya por la falta de luz, avanzas casi sin distinguir los contornos. A tientas, sin oír los fonemas de hiato atragantados de vocales, a falta de consonantes que estructuren este vacío.
En esas dimensiones geográfico-temporales existen unos organismos: cuerpos de apariencia frágil y fortaleza atronadora, fortaleza intuida por la precisión de su vuelo en el caos.
Traduciendo el zumbido cósmico que emiten puedo recordar una hermosa sentencia:
Una partícula tiene infinitas maneras de atravesar el espacio, pero elige una sola… ¿cómo? por puro azar. Tienes el azar y la suspensión cósmica dentro, tan solo necesitas verlos, atraerlos y sostenerlos para alimento de médula y amor de víscera, si es Es. Pero certezas, certezas no hay.
“Tranquila, es un abismo, Sí. Pero un abismo hermoso.”
Miguel Piñeiro
Bob Cratchit sale del bar donde suele pasarse todo el día, para volver a casa y compartir con su familia el día de Nochebuena aunque no haya mucha comida para compartir. Éste precario asalariado hace ya tiempo que había perdido la paciencia con su jefe Ebenezer Scrooge, al que se enfrentaba constantemente y que supuso su despido fulminante un par de semanas atrás.
Scrooge es el hombre más tacaño de la ciudad y piensa que la Navidad, debería servir, como cualquier otro día, para ganar dinero.
Después de cerrar su negocio se dirige a casa sin sospechar la tenebrosa sorpresa que le espera…
Al abrir el buzón se encuentra 3 “fantasmas” en forma de notificaciones escritas.
La primera de ellas, de las navidades PASADAS, un negocio de dudosa procedencia del cual la agencia tributaria le había pedido repetidamente unas explicaciones que no convencieron y se transformaron en una temible sanción.
La segunda en forma de citación por una PRESENTE denuncia por despido improcedente, adivinen de quién! …
La tercera del juzgado, por una de las múltiples causas pendientes de ejecución de sentencia que supondrá FUTURO ingreso en prisión.
Es probable que Cratchit consiga una indemnización, que probablemente le ayudará a seguir viviendo por encima de sus posibilidades gracias a su nula formación académica y a su habilidad de conseguir múltiples ayudas del gobierno, al qué recompensa de forma servicial cada 4 años en las urnas.
Pero éste, ya es otro cuento…
Mikel Lor
Cuento de Navidad. Un corazón en la oscuridad
En una ciudad inmersa en las tinieblas del individualismo, donde cada ser se encerraba en su propia burbuja de indiferencia, Lucas deambulaba por las frías calles con un corazón marchito y una soledad pesada. La tristeza lo arropaba como un manto pesado. Una noche helada de navidad, mientras la nieve se espesaba camino a su hogar, un espíritu se le apareció, y le advirtió sobre la transformación que iba a realizar en él. “Lucas, te convertiré en un muñeco, de esos que salen de una caja con un resorte, así entenderás la belleza de dar.” Resonó una voz etérea, y en un abrir y cerrar de ojos Lucas se vio atrapado en un muñeco sin aparente vida.
A la mañana siguiente, la ciudad despertó con la inquietante presencia de una caja de regalo en mitad de la plaza. Cuando se abrió, un muñeco de aspecto desgastado saltó hacia adelante. En sus manos sostenía un corazón palpitante con dulces navideños clavados en él, a medida que los habitantes, atraídos por el extraño muñeco se acercaban y probaban sus dulces, algo increíble ocurría, sus corazones comenzaban a cambiar. La risa y la curiosidad se apoderaba de ellos, poco a poco dejaban de adorar su propio ego. Aquellos que lograron ver la belleza del muñeco experimentaron un despertar, comenzaron a preocuparse por los demás y transformaron su frialdad en unas ansias ardientes de conectar. Sin embargo, Lucas, atrapado en su forma siniestra, se dio cuenta que su propia salvación estaba sujeta a la generosidad de los demás, condenado a vagar eternamente… Un recordatorio de que el verdadero espíritu de la navidad reside en la conexión y la bondad compartida.
Paco Díaz
Pide algo
Al menos los pringados que hacían cola en Doña Manolita habían desaparecido. Puta Navidad. Apenas había vendido una mierda y todavía no había conseguido saldar la deuda por haber perdido la mochila con la mercancía. Las cicatrices de las heridas por la paliza recibida seguían llamando la atención y habían pasado ¿cuatro meses? cuando todavía hacía calor. La nariz no volvería a ser la misma. Qué cabrones. Se metió otras tres pastillas. Calidad premium. Tenía hambre, solo había comido un paquete de magdalenas y tres cervezas. Al menos ayer había pillado una hamburguesa de Five Guys. Y lo que le dieron en la Hermandad. El móvil empezaba a fallar, pero no tenía otra cosa que hacer, ver vídeos de TikTok. No tenía que haber peleado con Edu, ni con Leo. Y robar los cincuenta pavos a Julia no estuvo bien, después de todo lo que hizo por él. El problema es que ella se dio cuenta. Joder, todo le salía mal. Vídeos de niñas bailando. Maquillándose. Su primo haciendo que cocina, si no tiene ni puta idea. Rauw Alejandro. Paso. Yeah Yeah Yeahs. Paso. Phantogram. Paso. Él de pequeño con sus padres. Pero… ¿qué coño es esto?, ¿quién ha subido esta mierda? Ese vídeo no tendría que estar ahí ¿y quién es Aron_norA? No tenía ni idea de a quién pertenecía la cuenta ¿Nora? Imposible. Sus padres, cuando todo estaba en su sitio. Risas, mariposas en la barriga y chispas volando por el aire sin necesidad de utilizar filtros. Y de fondo suena “Boogie Wonderland”. Un cuento de hadas. Pero eso terminó, sus padres no quieren saber nada de él. Nada ¿cuándo fue la última vez que los vio? Hace mil años. O más. Mira el vídeo otra vez. Y otra. Qué mala persona Aron_norA. Las pastillas empiezan a hacer efecto. Sueño. Otra vez su mamá y su papá levantándole por los aires. Le adoraban. Mira hacia arriba y solo ve cartón, ni chispas, ni mariposas. Le gustaría llorar. Salta otro vídeo. Joder, es ella ¿cómo se llamaba?, ¿Carla?, no, Carlota. Esa chica que tanto le gustaba en el instituto. Hace cuatro años. O cinco. Mierda. Y tiene un ridículo gorrito de Papá Noel. Puta Navidad. Solo habló con ella tres o cuatro veces…
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Penélope Clarinha
La batalla de Penélope
Todo comienza a mediados de noviembre, cuando el aire se vuelve frío y las calles huelen a castañas asadas. Es el momento en que Penélope mira el calendario y como todos los años, se prepara para una contienda que ya conoce bien. Porque la Navidad, para ella y para muchos, no es solo una fiesta; es una batalla.
Penélope afila sus armas: listas interminables, agendas caóticas y una tarjeta de crédito que no sabe si será aliada o enemiga. Sabe que, antes de que pueda disfrutar de la calma bajo las luces del árbol, deberá enfrentarse al caos. Hay que rescatar el pino del trastero o buscar uno nuevo en el bosque, si es que la naturaleza aún guarda espacio para tales tradiciones. Las cenas navideñas se multiplican sin orden ni concierto, y la ciudad, vestida de luces y adornos, parece una feria que no da tregua.
La familia no tarda en hacer sus demandas: ¿Qué vamos a regalar? ¿Quién le dará esto a quién? ¿Cuánto costará todo? Las preguntas llegan como flechas, y el tiempo, ese enemigo implacable, corre como un río desbordado. Penélope siente la presión. Los días se escapan de entre sus dedos, las decisiones se acumulan y, por un instante, casi se rinde. Casi.
Pero Penélope, como buena guerrera navideña, no se permite el lujo de abandonar la lucha. Inspira hondo, aprieta los dientes y avanza hacia las tiendas, donde se libra la verdadera guerra. En ese campo de batalla, no hay tiempo para titubeos. Hay que abrirse paso entre la multitud, esquivar carritos, apoderarse del último par de calcetines –aunque sean horribles– y de esa gorra amarillo fluorescente que nadie quiere pero que, en su lista, cumple un propósito.
No importa si gustará al destinatario. Lo único que importa es marcar con orgullo los artículos comprados, mientras arrastra las bolsas como si fueran el botín de una conquista histórica. Dentro de las tiendas, el calor asfixiante la sofoca; fuera, el frío y la lluvia le cortan la cara. Pero ella sigue adelante, al ritmo de villancicos que no dejan de sonar, dejando tras de sí un campo de batalla sembrado de envoltorios rotos y carritos vacíos…
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Pepe Domínguez
El esclavo arrepentido
Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano,
un esclavo fugitivo, con la Muerte se encontró.
Le rogó compasión, pues su vida era amarga;
mas la Muerte, piadosa, le habló seca y parca:
“No es tu momento, vivirás con fortuna, dicha y contento,
si cuidas de este ave que ahora te entrego
y en tu pecho guardas el don de lo honesto.”
El hombre aceptó, sin pensar demasiado,
y pronto en su vida el oro negro fue hallado.
De esclavo pasó a dueño y señor,
de siervos y bosques, de fuerza y vigor.
El pájaro blanco, un eco silente,
volaba a su lado, tranquilo y paciente.
Y en esas tierras lejanas el hombre, arrogante,
a costa de otros sus bienes aumentaba.
Olvidó la promesa, la pureza y su guía,
y al hallar la riqueza, se corrompió sin medida.
Las aguas tornaron malsanas, el aire envenenado,
y el bosque y sus sombras cenizas oscuras.
Los ángeles, furiosos, contemplaron la ruina,
fulminando su vida en un brillante destello.
La Muerte, impasible, le dio su sentencia:
“Vagarás sin descanso por esta existencia,
Ni vivo ni muerto, ni sordo ni ciego…
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Perrilla
Ñam ñam
“Ricitos, Ricitossss… ¿Qué vamos a hacer contigo? ¡Tus padres te enseñaron que no está bien colarse en casas ajenas, y es peor aún si lo haces en Navidad y te meriendas su comida especial sin miramientos… Menos mal que el día que tocaba la lección sobre compartir estabas atenta!”
Soledad del Pulgar
Los tres reyes y el mundo al revés
Érase que se era un mundo que se despertó con las leyes de la realidad completamente tergiversadas. En este mundo, los cielos eran océanos donde los peces volaban con alas de vapor, y los mares eran cielos invertidos, salpicados de estrellas de espuma. Las montañas crecían hacia abajo, hundiéndose en abismos sin fin, y los árboles caminaban por las ciudades buscando sombra.
En el centro de este caos perfectamente normal, tres reyes gobernaban desde un trono único hecho de hielo caliente: Rey Pluvis, ataviado siempre con una capa roja como el mar, Rey Ortígono, que vestía una capa verde pelusa, y Rey Zaflar, con su capa del color de las luciérnagas. Cada uno tenía un reino distinto: Pluvis gobernaba las lluvias que caían hacia arriba, Ortígono controlaba los relojes que avanzaban hacia atrás, y Zaflar era el amo de las sombras que brillaban bajo el sol.
Todo iba bien (según los estándares de aquel mundo absurdo) hasta que un día, los tres reyes despertaron y descubrieron que ya no eran humanos. Se habían convertido en pingüinos.
—¿Por qué tengo alas en lugar de manos? —se quejó Pluvis, mientras intentaba sostener su cetro, que ahora se derretía hacia arriba.
—¿Y por qué mis pensamientos están en blanco y negro? —preguntó Ortígono, dando vueltas en círculo buscando el final de una espiral infinita.
Zaflar, siempre el más sereno, simplemente observó cómo sus patas palmípedas dejaban huellas de música en el suelo.
—Es evidente que esto tiene sentido —sentenció, aunque nadie entendió qué quería decir.
El Consejo de los Objetos Vivientes.
Preocupados por su nueva condición, los tres pingüinos-reyes convocaron al Consejo de los Objetos Vivientes. Allí se reunieron una tetera que cantaba óperas, una silla que soñaba con volar, y una bufanda que leía poesía…
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Toni Marmota
La cerillera
La Cerillera, un cuento navideño que dejó una huella imborrable en mi infancia, fue escrito por Hans Christian Andersen a mediados del siglo XIX. En sus líneas, el autor realiza un análisis profundo de la pobreza infantil en las ciudades de aquella época. Sorprendentemente, su mensaje sigue resonando en la actualidad. En pleno siglo XXI, en España, un 11% de los niños y adolescentes carecen de lo necesario para una vida digna. La falta de alimentos y el acceso limitado a la energía en hogares con menores están en aumento. El año pasado, la carencia material severa afectó a 867.000 niños en nuestro país.
Ilustrar este cuento tiene como objetivo provocar una reflexión profunda sobre la pobreza energética infantil en España y en el mundo.
Yves Decamps
Papá Noel pronto lo va a contar
Había una vez un Papá Noel travieso que, en lugar de repartir regalos, se dedicaba a hacer bromas con las muñecas ventrílocuas. Se escondía detrás de los árboles y, con su habilidad, hacía hablar a las muñecas, haciendo que pareciera que ellas se reían de los elfos. Una noche, durante la víspera de Navidad, decidió usar una muñeca para interrumpir las cartas de los niños, soltando comentarios graciosos y absurdos. Los renos se reían tanto que hasta comenzaron a bailar al ritmo de las bromas. Al final, Papá Noel, satisfecho con sus travesuras, regresó al Polo Norte, prometiendo que el año siguiente las muñecas serían sus cómplices de nuevo.